domingo, 29 de junio de 2008

Crontraste de opiniones

Llevamos unos días debatiendo en General como debe ser el espíritu que anime nuestro foro. No quiero entrar el el fondo, porque somos tanta gente y de tantos colores que es muy difícil llegar a un punto definitivo. Ni a las formas, porque también estas oscilan entre un dejar pasar la tormenta, un querer imponer criterios, convencer o no lo entiendo....
Este tipo de debates es sano, depura y ayuda a definir. Son catárticos de alguna manera y por ello no deben dejarnos ningún poso de tristeza.
No es la primera vez ni será la ultima, en todo caso evidencia que el foro es algo importante para quienes participamos en él y que todos queremos lo mejor y que su funcionamiento sea lo mas justo, equitativo y coherente posible.
A mi se me llena la boca hablando de mi foro, llena mis momentos de soledad y me ha aportado mucho intelectualmente. He conocido a través de él a lo que ahora considero amigos de verdad, y me ha permitido acceder a escritores que no me había planteado.
Es un universo rico y creativo. De este tipo de situaciones se sale mas fuerte, con las ideas mas claras y definidas.
¡¡¡Sigamos cuidando nuestro maravilloso invento!!!

jueves, 26 de junio de 2008

Peter Pan en la playa


Conforme nos vamos haciendo mayores, todos en mayor o menor medida nos empeñamos en ser Peter Pan -ese niño que se negaba a crecer por antojo de J.M.Barrie-, obstinados en guardar bajo doble llave ese niño que fuimos una vez, hace ya tanto tiempo. Por eso, seguramente compartimos con los niños en Navidad y en Reyes parte de su ilusión al abrir los regalos. Nos alimentamos así de su inocencia, de esa necesidad de creer en cosas totalmente imposibles.

Pero como esperar todo un año para recuperar esa infancia que vivifica nuestra rutina de sufridores (léase pagadores) es demasiado castigo, nos buscamos otra oportunidad: el verano, las vacaciones. Y así cometemos la locura de jugar al fútbol en la playa o a las palas en la orilla como si fuésemos niños, cuando verdaramente nuestro cuerpo no está para semejantes trotes.

Como quiera que estos intentos son un deporte de riesgo, se me ocurre algo mejor, ¡Peter Panes del Mundo! Bajo el cobijo de una buena sombra yvacompañado por una bebida refrescante muy muy fría -es opcional adornarse con bocata de tortilla de patatas- se pueden recuperar esas lecturas de hace 10, 15, 20 años... esos libros que de niños o adolescentes consiguieron prender la llama de lo que ahora es un gran fuego, nuestra pasión por la Literatura. Regresando sobre Verne, Twain, Salgari, London, Stevenson, ... volveremos a andar ese camino que recordamos vagamente, pero que no es tan familiar porque forma parte de lo mejor de nuestros recuerdos.

Seguro que entre las páginas de esos clásicos rescataremos viejas sensaciones, viejos anhelos, y a lo mejor nos da un vuelco el corazón al reconocer a ese niño que una vez fuimos y que alguna vez soñó con emular a ese Capitán Nemo, a Tom Sawyer, a Sandokan, a Gulliver... a Peter Pan.

Y cuando alguien nos pregunte, al vernos sonreír con la lectura,
-¿Tan divertido es el libro?,
lo miraremos de reojo con la arrogancia de un pirata de "La isla del Tesoro", nos encogeremos de hombros, nos acordaremos de los Niños Perdidos y de Campanilla, y pensaremos que ese alguien habrá de esperar como mínmo a Navidad para recuperar lo que tú ya disfrutas gracias a ese libro, un trozito de tu propia infancia.

Cualquier argumento es válido para rescatar esos libros que muchos de nosotros tenemos en los rincones más inaccesibles de nuestra biblioteca o en la doble fila de nuestras estanterías, como si nos diese vergüenza de esos primeros amores literarios.

Yo soy uno de esos Peter Panes -brazos en jarras y sonrisa pícara- que baja hasta la playa para automedicarse con Verne, el Capitán Nemo y "Veinte mil leguas de viaje submarino".

Firmado: Turangalila (Alejandro Castroguer)

viernes, 6 de junio de 2008

La montaña mágica… cuesta arriba



Reconozco que disto bastante de ser un lector ideal. A veces leo rápido ciertos párrafos, generalmente los densos, esperando que la tortura pase cuanto antes. A veces leo lentamente porque tengo la cabeza en otras cosas y se me mezclan las palabras escritas con las pensadas. A veces cojo el diccionario a la mínima si no sé el significado de una palabra, rompiendo el ritmo de la lectura, a veces no lo cojo aunque el autor, latino sin duda, esté acribillándome con términos y expresiones locales. A veces disfruto de un ensayo ladrillo sentado en el autobús, otras no puedo ni con el relato más facilón en el sofá de mi casa sin que nadie pueda molestarme, por desgracia.

En ocasiones la lectura de una novela me ha llevado meses. La he tomado con ansiedad, leído con más o menos avidez hasta que las circunstancias me han obligado a soltarla, me olvido, pierdo el rumbo y la engaño con otras lecturas seductoras hasta que mi complejo de culpa me obliga a retomar las cosas donde las dejé… en el mejor de los casos. Lógicamente, lo que me encuentro en esas páginas ya no es lo mismo: o yo he cambiado, o ha sido ella. Pero la tinta no engaña: se pega al papel y allí permanece hasta que el paso del tiempo, o un desafortunado incidente, la deterioran.

Reconozco que soy un pésimo lector. No obstante, a veces ser lector pésimo tiene sus ventajas, sus ocultos placeres que los grandes lectores, los que devoran historias, no imaginan. Me di cuenta de ello al leer La montaña mágica, de Thomas Mann. Comencé esperanzado su lectura hace dos navidades: el tocho estaba esperando en las estanterías del mueble del salón, pacientemente, a que algún valiente se atreviera con él. Su visión imperturbable, día tras día, provocó en mí unas ganas tremendas de abalanzarme sobre él, alimentadas por la contraportada, pero sus más de mil páginas me decían “espera el momento adecuado”.

Como decía, creí que ese momento había llegado en las navidades de 2006. Y comencé su lectura, me familiaricé con la ingenuidad de Hans Castorp (horrendo apellido, por cierto), con la alegre pedantería de su amigo Settembrini, y con la tipa rusa con la que ya sabía desde un principio que iba a haber tema. Me encantaban las descripciones de los lugares más comunes, como la primera vez que Hans entra en su habitación. Pero había algo que no me terminaba de enganchar, su lectura se hacía densa por momentos y tenía la terrible sensación de que, efectivamente, ahí no pasaba nada. Y eso que me encantan –que alguien me pegue un tiro– las historias en las que no pasa nada.

Una serie de circunstancias me llevó a que me olvidara de que estaba leyendo el libro. En realidad, me olvidé de todo. Dos o tres meses después, cuando ya empecé a recordar

cosas, retomé el hábito lector. Había cambiado, simplemente: eran los mismos personajes, las tramas continuaban impecables, los tochos teóricos difícilmente comprensibles estaban ahí… Pero todo estaba envuelto en un halo épico. Los personajes corrían por mis venas, incluso los tochos incomprensibles tenían sentido… en la historia.

Y he ahí el quid de la cuestión. El tiempo pasado había dado la medida a la historia. Una novela cuya acción transcurre en siete años, cuya escritura llevo unos cuantos más –con una guerra de por medio- no puede leerse en siete horas, o en siete días. Falta algo, algo que quizá pueda encontrarse en una segunda lectura, cuando los actos pasados de los personajes se hayan emborronado en la memoria, aunque algunos sigan vívidos en la mente del lector, cuando hayan adquirido el aura mítica, cuando los hechos se hayan desligado de la tiranía igualitaria del presente y ajusten sus proporciones en la memoria.

Los dos, la novela y yo, éramos más ricos, estábamos más preparados, nos habíamos convertido en viejos conocidos, nuestra relación no era fácil, ninguno pensó que lo fuera. Pero ahí estaba.

Y la terminé, no sé cuánto tiempo más tardé en acabarla, si tendría que medirlo en semanas o meses. Pero ya formaba parte de mí, los dos tenías algo en común: el paso del tiempo.

Por azares indeterminados, o por masoquismo puro y duro, comencé al poco una nueva novela, Conversación en La Catedral. Otro tocho épico más grande que la vida, cuya lectura empecé un día de primavera en el salón de mi casa y acabé una calurosa noche de agosto en una cochambrosa habitación de Brooklyn.

Pero eso es ya otra historia.

Firmado por Merridew

miércoles, 4 de junio de 2008

Los amados muertos (Lovecraft-Eddy)


Unos cuadros de Victor A.Hartmann inspiraron a Modest Mussorgski (año 1874) su célebre partitura para piano “Cuadros de una exposición” que a su vez fue orquestada (año1922) por Maurice Ravel. Este es uno ejemplo como otro cualquiera de cómo unas obras inspiran a otras. Así que no es de extrañar que Lovecraft se inspirase (año 1923) en un borrador de Clifford Martin Eddy para escribir, destino a la revista Weird Tales, un cuento que tituló “Los amados muertos”. Ahora, ¿qué hay de uno y de otro en el texto? Se antoja que la adjetivización exagerada y sombría (casi siniestra) de algunos párrafos llevan la marca Lovecraft:
“Es media noche. Antes del alba darán conmigo y me encerrarán en una celda negra, donde languideceré interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entrañas y consumen mi corazón, hasta ser al fin uno con los muertos que amo.”Narrado en primera persona, a partir del tercer párrafo el autor (mediante un flashback que se prolongará hasta casi el final) obliga al lector a retroceder hasta la infancia del protagonista. Esa “larga, prosaica y monótona apatía” que es su infancia cambiará radicalmente cuando, con 16 años, asiste a su primer funeral, el de su propio abuelo: “Por primera vez, estaba cara a cara con la Muerte.” Más tarde, la temprana muerte de los padres lo libera del yugo de su pueblo, permitiéndole cambiar de residencia y trabajar en unas pompas fúnebres.
“Llegaron entonces las noches en que una sigilosa figura se deslizaba subrepticiamente por las tenebrosas calles de los suburbios; noches negras como boca de lobo, cuando la luna de la medianoche se oculta tras pesadas nubes bajas. Era una furtiva figura que se camuflaba con los árboles y lanzaba esquivas miradas sobre su espalda; una silueta empeñada en alguna misión maligna.” De repente el autor utiliza la tercera persona para engañar al lector más despistado, pero de inmediato regresa a la primera persona para que el protagonista se confiese autor de los crímenes.
La locura y la necrofilia no parecen tener límite en este relato, como en ese instante en que el dueño de las pompas fúnebres llega “para encontrarme tendido sobre una fría losa, hundido en un sueño monstruoso, ¡con los brazos alrededor del cuerpo rígido, tieso y desnudo de un fétido cadáver!”, o en ese otro en que narra su paso por la 1ª Guerra Mundial, “cuatro años de infernal osario ensangrentado... nauseabundo légamo de trincheras anegadas de lluvia... mortales explosiones de histéricas granadas...(…), letales humaredas de gases venenosos... grotescos restos de cuerpos aplastados y destrozados... cuatro años de trascendente satisfacción.”Pinceladas como “enfurecido cielo”, “un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso” o “noches escarlatas de impíos peregrinajes” confieren al relato un tono lúgubre, siniestro, tanto que una vez publicado por Weird Tales se sucedieron algunas denuncias que obligaron a retirar la revista de los quioscos. Es más, parece ser que el mismo Lovecraft comentó que tuvo que visitar alguna comisaría. Toda la polémica no hizo otra cosa que aumentar las ventas de la revista y la fama de Lovecraft.
Luego vendrían las mejoras obras del autor, La llamada de Cthulhu, El color venido del espacio, En las montañas de la locura, La sombra sobre Innsmouth o El caso de Charles Dexter Ward. El resto, la veneración de un sector de los lectores y el ataque despiadado de la crítica más seria, es historia.
Antes nos hacíamos esta pregunta, ¿qué hay de Lovecraft y de C.M.Eddy en “Los amados muertos”? La fama de uno y el olvido del otro parecen dictar sentencia.
Quien quiera saber cómo acaba este cuento, cómo se cierra el flashback y se vuelve al presente, sólo tiene que abrir el libro y atreverse con este Lovecraft.

Firmado: Turangalila (Alejandro Castroguer)

martes, 3 de junio de 2008

JORNADAS ABRETELIBRILES


Seguimos preparando las Jornadas de Septiembre, las mesas ya están confirmadas, y aun quedan algunas plazas que esperamos cubrir a ultima hora.
Al margen de lo estrictamente literario, de la rutas por los escenarios de las dos novelas de nuestros autores ambientadas en Madrid: La Isis dorada de Azcarate y El misterio de la casa de Aranda de Thedude, es una buena oportunidad para confraternizar y conocer en persona a esos foreros que son casi de la familia al coincidir diariamente en el foro.
Con frecuencia la realidad supera la idea que nos hemos hecho a través de esos contactos en post y de tertulias improvisadas en internet. El ambiente se prepara animado y enriquecedor en el intercambio de experiencias lectoras. Os esperamos y seguiremos informando.

lunes, 2 de junio de 2008

Feria del libro de Madrid 2008

Se ha inaugurado la Feria del libro de Madrid.
Como chica de provincias es impresionante la oferta del Retiro madrileño en la que editoriales, librerías, instituciones y autores se vuelcan en la presentación de sus obras y en la promoción de sus productos, que de todo hay.
Creo cada vez con mas firmeza que eso de que la lectura esta en decadencia es poco mas que un mito, o a lo mejor quiero verlo de forma optimista, pero ir a ver una serie de casetas donde se amontonan los libros y la gente te empuja y casi te peleas en la fila por conseguir la rubrica de un señor que solo tiene como merito personal escribir ( no demasiada televisión, ni sex simbol, ni escandalos de prensa rosa, ... ) es un hecho a resaltar.
El sábado estaba a reventar de publico, la gente se agolpaba en los stans y había una animación propia de una fiesta popular.
La verdad es que cada vez se ven libros mas bonitos, no hablo del contenido, que en eso aquí estamos en este foro para debatir o discutir, sino como objetos-
Del Stan de Visor, con esos libros de poesía tan magníficos, en ediciones bilingües, se me saltaban las lágrimas.
Junto al libro de Patrick Erickson había unas ediciones de cuentos clásicos, que parecían libros antiguos que no he visto nada mas bonito hace años, .... en fin que casi me tenían que ir arrastrando de caseta en caseta para que interrumpiera el paso y me quedara petrificada tocándolo todo.
al margen de reencuentros y de los buenos amigos, la feria del libro de Madrid es siempre un placer inmenso.